Si, yo soy adoptada.
Mis hijos, quienes son hermanos de sangre, llegaron a nuestras vidas para adoptarnos.
Con sus 4 y casi 6 añitos, al vernos por primera vez, corrieron a nuestros brazos y nos gritaron mamá y papá. Desde ahí no nos hemos separado y fuimos familia para siempre.
Yo los vi por primera vez en fotos, y al observar sus caritas algo mágico sucedió. Esa cosa de guata y corazón, que te dice que avances porque ese es el camino. Esa emoción que te ahoga las palabras formales y deja salir la maravillosa, imperfecta, espontánea y auténtica balbuceada palabra "¡Si!".
Supe, desde que tomé ese papel impreso, que esos niños habían nacido para ser mis hijos y que tenía que tenerlos cuanto antes en mis brazos. Deseaba desde lo más profundo de mi, ser su madre y darles todo el amor y cuidado posible.
Desde aquel día, todo cambió y mis lágrimas que antes eran de infertilidad, frustración y pena, se transformaron en dicha, gloria y fecundidad del corazón. Esas gotas fluyeron por mi cara para darles los besos maternales más ricos y apretados que hayan recibido. Los apapaché y regaloneé mucho.
Agradezco todos esos años de espera, porque ellos son los niños más lindos, buenos y perfectos del mundo, y el universo me premió ¡Dándomelos a mi!.
Que importa si no los tuve en mi guata, porque el corazón es aun más fértil que cualquier útero.